Nunca me he
sentido tan desconcertado con un libro como con este El circo de la noche. Y es que no tengo ni idea de si me ha gustado
o no. Si tuviera que arriesgar un veredicto sin más remedio, creo que diría que
no… El problema es que en muchas ocasiones se me hacía pesado. Hay veces que es
lento o simplemente aburrido. Pero también tiene momentos tan originales y
especiales que me da pena descartarlo tan alegremente. No me atrevo a
recomendarlo, pero tampoco quisiera quitarle a nadie la idea de leerlo. Aquí
simplemente os voy a explicar algunas cosas del libro, y luego ya decidís
vosotros si os merece la pena invertir tiempo en él.
El Circo de
la noche no es un circo normal. Ya no solo porque aparezca repentinamente y
desaparezca del mismo modo, ni porque nadie sepa en qué ciudad se instalará, ni
siquiera por su peculiar horario nocturno o su estética que olvida cualquier
color que no sea blanco o negro. No, el verdadero factor que lo hace especial
es que casi no podríamos llamarlo “circo”, al estilo de los de “¿Cómo están ustedes?”, sino que es
realmente una sucesión de experiencias sensoriales, un verdadero mundo aparte.
Para empezar, no se estructura en una gran carpa con gradas para los
espectadores y pistas para los artistas, sino que es un laberinto de senderos
que desembocan en pequeñas carpas o plazas, donde el espectador puede elegir
entrar o no, contemplar el espectáculo que se desarrolla ahí o continuar su
camino. Y no solo hay malabaristas y contorsionistas, sino que algunas carpas
escondes secretos y magia.