Hay gente a la que le resulta muy difícil ser amable. Y eso que
no cuesta nada. Es una pena, porque cuando trabajas de cara al público y te
encuentras con esta clase de personas, te pueden hacer sentir realmente mal.
Desde aquí os pido que cuando seáis clientes tratéis con respeto a las personas
que os atienden y no os aprovechéis de que, estando en su puesto, no pueden
responder a ciertos comentarios de la manera en que deberían.
Una librería no es una excepción, y también los libreros debemos
tratar con gente antipática en ocasiones. Por supuesto, también con gente
encantadora, que hace que te guste tu trabajo y te sientas bien fomentando la
lectura.
Los que dan por sentado que eres tontito y estás ahí porque le dan una subvención a la empresa abundan. Por ejemplo están los que te preguntan por un libro o un autor y se empeñan en deletrearlo o decirte si es con “b” o con “v”, con o sin “h”, etc. O los que te preguntan por algo y si les contestas que no lo tienes te preguntan con desprecio y prepotencia “¿pero sabes lo que es?”. Ay, ay, ay. Una vez un chico me preguntó por las agendas. Da la casualidad de que solo las trabajamos a finales de un año y principios del siguiente. Vamos, cuando la mayoría de la gente compra agendas, no en agosto. Bueno, pues cuando le dije que no teníamos se quedó muy sorprendido, así que le expliqué lo de que solo las trabajamos esos meses. Y el tío soltó que cómo no íbamos a tener, que eran como cuadernos con las páginas en blanco y con los días para apuntar las cosas. Y se me quedó mirando como si hubiera descubierto la pólvora y yo fuera a tener una epifanía y a decirle “ah, sí, así que era eso… claro, las tenemos ahí, menos mal que me lo ha aclarado”.
Los que dan por sentado que eres tontito y estás ahí porque le dan una subvención a la empresa abundan. Por ejemplo están los que te preguntan por un libro o un autor y se empeñan en deletrearlo o decirte si es con “b” o con “v”, con o sin “h”, etc. O los que te preguntan por algo y si les contestas que no lo tienes te preguntan con desprecio y prepotencia “¿pero sabes lo que es?”. Ay, ay, ay. Una vez un chico me preguntó por las agendas. Da la casualidad de que solo las trabajamos a finales de un año y principios del siguiente. Vamos, cuando la mayoría de la gente compra agendas, no en agosto. Bueno, pues cuando le dije que no teníamos se quedó muy sorprendido, así que le expliqué lo de que solo las trabajamos esos meses. Y el tío soltó que cómo no íbamos a tener, que eran como cuadernos con las páginas en blanco y con los días para apuntar las cosas. Y se me quedó mirando como si hubiera descubierto la pólvora y yo fuera a tener una epifanía y a decirle “ah, sí, así que era eso… claro, las tenemos ahí, menos mal que me lo ha aclarado”.
Entre los antipáticos los que más abundan son los que están
seguros de saber de libros más que tú, y si bien puede ser así, lo normal es
que quien trata diariamente con libros tenga cierta idea sobre ellos. Sin
embargo, no faltan los que critican la colocación (probablemente porque no
entienden el criterio seguido, simplemente, y no lo preguntan), los que descubren
un libro con una esquina rota y se ponen hechos un basilisco porque lo hayas
dejado en el estante (sin entender que, entre miles de libros, simplemente no
lo ves, pero cuando te lo indican lo retiras de la venta) y los que revuelven
todo, manosean los libros y dejan que los niños (o ellos mismos) los traten de
cualquier manera (y luego se sorprenden ante una esquina rota). No cuesta nada
no dejar que los niños se tiren por los suelos con los libros, y poner los
libros en el sitio de donde los cogemos. Es simple urbanidad.
Algo muy molesto también es cuando viene alguien con un libro
muy concreto, que no has leído, y te pide tu opinión. Reconoces que no lo has
leído (yo lo hago, prefiero ser sincero a recomendar una cacarraca de libro),
pero te fijas en si la editorial es recomendable, en el autor, si conoces otras
obras del autor, si puedes recomendar obras similares, etc. Pero al final te
dicen “¿y no has leído todos los libros que vendéis?” y te reprochan que
trabajes en la librería. Te miran con desprecio y se van. Me sienta mal, la
verdad. Evidentemente no he leído los miles de libros que tenemos. No hace
falta ser un lumbrera. Ya dijo Schopenhauer que “Junto con los libros debiera
venderse el tiempo suficiente para leerlos”. Te esfuerzas por dar alternativas.
Peor sería si le dices que sí, que está muy bien, que se lo lleve. Si yo fuera
cliente no querría llevarme un libro que fuera un truñaco solo porque el
librero no se ha atrevido a reconocer que justo ese libro no lo ha leído… Pero
extrañamente hay quien no lo ve así y supongo que prefiere desperdiciar tiempo
y dinero.
Tampoco falta quien sabe al dedillo cuándo se publican los
libros, y asegura que los ha visto en otras librerías, y que los quiere. Que lo
pintes o lo que quieras, pero que no se va sin él, por más que le asegures que su
fecha de publicación está por venir y no puedes sacarlo a la venta. Claro, tú
piensas “pero vamos a ver, pues si lo ha visto en otra librería, cómprelo allí,
es tan fácil como eso; yo aquí no lo puedo vender hasta que la editorial lo
dice”.
Cuando llevas la contraria a la gente, también es malo. Si dices
que no tienes un libro, mucha gente no se fía. Yo, aunque sepa perfectamente
que no lo tengo, lo miro en el ordenador para que el cliente vea por sí mismo
la existencia. Así me evito disgustos. El problema es cuando no se trata de un
libro concreto, sino acerca de un tema. Por ejemplo, libros sobre cocina al
vapor. Me pasó una vez. Tenía la impresión de que no teníamos ninguno, y al no
ser algo concreto no puedes mirarlo en la base de datos. Así que fui con la
clienta al mueble a ver si había alguno. No había. En estos casos suele pasar
que se lo dices y como no se fían, siguen mirando. Y tú te quedas sin saber muy bien qué hacer,
esperando como tonto, porque ya has buscado (en su sitio y hasta en todo el
mueble, por si acaso alguien lo hubiera descolocado), y no está. Pero como no
se fían, pues venga la mula al trigo. Y te vuelven a preguntar, y vuelves a decir que no.
Ya, sin saber qué hacer, te pones a dar explicaciones sobre dónde tendría que
estar, pero no está. Y entonces, en esa ocasión, me dijeron que si no podía
llamar a alguien que supiera más. Supongo que mi aspecto de chico joven induce
a la desconfianza, pero conozco mi trabajo, y cuando te dicen algo así con
desprecio, pues molesta. Al final tuve que llamar a otra compañera, que en
realidad era de discos, pero que era la única persona que estaba conmigo en
esos momentos, para que le dijera lo mismo que ya le había dicho yo…
En fin, por fortuna también hay gente muy amable. Hay clientes
incluso que solo compran libros en Navidad, para familiares que sí leen, y que
cada año vienen y esperan si hace falta para que les recomiende yo los libros,
porque afirman que así aciertan.
La verdad es que cuando la gente es amable y te trata con
respeto consigue que tú también te esfuerces más al recomendarle un libro o lo
que busquen, mucho más que con malos modos. Parece mentira que haya quien no se
dé cuenta de que puede conseguir mucho más con buenos modales que con prepotencia.
Da gusto cuando la gente simplemente tiene educación.
Sí,yo también observo ese tipo de situaciones....es lo que tiene trabajar de cara al público pero menos mal q suele abundar la gente agradable....
ResponderEliminarPues sí, las malas situaciones te lo hacen pasar mal, pero cuando viene alguien amable recuerdas lo bien que se siente cuando compartes el amor por la lectura. Y es estupendo cuando alguien vuelve y te dice que genial el libro que le recomendaste.
EliminarMuchas gracias por el comentario, un saludo.