Esta semana
no he escogido un libro nuevo. Al contrario, tiene ya algún tiempo, y se titula
El contador de historias. El autor es
Rabih Alameddine, que hace poco publicó un nuevo libro, La mujer de papel, de la que ya os he mencionado que tiene buena pinta y que espero leerla.
Hago un llamamiento a los señores de Mondadori por si quieren regalármela, que yo les escribo la reseña encantado...
El contador de historias es un libro
extraño, la verdad. Cuenta la historia de Osama, un joven del Líbano que,
viviendo en Estados Unidos, regresa a su ciudad, a su casa y a su familia
debido a la gravedad del estado de su padre. Allí se reencuentra con su pasado,
y mientras se nos narra la situación presente, la relación entre Osama y su
padre, etc., también viviremos los recuerdos de Osama, y de su abuelo, un
Hakawati, es decir, un contador de historias. Alguien que no solo conoce
cuentos y los narra, sino que les da vida, hace que su auditorio vibre con
ellos y maneja sus emociones a su antojo.
Ya sabéis que
no se me dan bien las sinopsis, así que si pensáis que es un tostón, estáis equivocados,
es que yo no he sabido describíroslo bien, simplemente. Si os gustó Cometas en el cielo, por ejemplo, os
gustará también este libro. Es tan profundo o más y no tan truculento. Nos
sumerge también en la sociedad de Oriente Medio, y avanzamos entre los
entresijos de una familia y su vida.
Pero este
libro tiene también algo especial. Los capítulos donde Osama habla del pasado o
del presente se intercalan con cuentos, como si de Las mil y una noches se tratara. Al principio esto descoloca
bastante. Uno empieza a leer y no sabe a qué atenerse, porque el efecto es muy
extraño. Pero llega un momento en que estás deseando que comience de nuevo un
capítulo dedicado a la fábula, porque aunque al principio te rayaba, ahora le
da frescura. Se narran así tres historias en el mismo libro: el presente de
Osama, con su padre hospitalizado y el reencuentro; el pasado de Osama, cuando
era niño y nos habla de su abuelo; y el cuento, irreal pero sugerente.
Un libro
inmenso y profundo, cautivador. Una vuelta de tuerca a las novelas de Oriente
Medio. Un libro que no es para quien le gusten los libros sencillos, pero que
os atrapará si os gusta leer. Y si no, decidme si las primeras líneas, con las
que la novela comienza y que nos sumergen de hecho en el cuento que entrelaza
los capítulos, no son realmente evocadoras:
Escuchad.
Dejad que sea vuestro dios. Dejad que os guíe en un viaje hacia los confines de
la imaginación. Dejad que os cuente una historia.
Hace
mucho, mucho tiempo, en una tierra remota, vivía un emir en una hermosa ciudad,
una ciudad verde llena de árboles y de exquisitas fuentes burbujeantes cuyo
susurro arrullaba a los ciudadanos por las noches. Puede decirse que el emir
tenía todo cuanto un hombre puede desear, a excepción de lo que más anhelaba su
corazón: un hijo varón. Gozaba de riquezas, heredadas y logradas. Gozaba de
buena salud y una dentadura fuerte. Gozaba de estatus, encanto, respeto. Gozaba
de la adoración de su preciosa esposa y de la admiración de su pueblo. Tenía un
pedicuro experto. Llevaba veinte años de matrimonio y doce hijas, pero ningún
varón. ¿Qué podía hacer?
Llamó a
su visir.
—Sabio visir —le dijo—.
Necesito tu ayuda. Como bien sabes, mi bella esposa ha sido incapaz de darme un
hijo. Tengo doce hijas, a cuál más hermosa. Su piel lechosa es tan suave como
la mejor seda china. Las perlas relucientes del golfo Pérsico palidecen si las
comparamos con sus ojos. El brillo de sus cabellos eclipsa los tintes negros de
la tierra de Sind. Diecisiete poetas alaban las cualidades de la primogénita.
Mis hijas me han proporcionado mucho placer, mucho orgullo. Y sin embargo
anhelo ver a un descendiente mío dotado de un pequeño pene corriendo por el
patio: un chico que sea depositario de mi nombre y de mi honor, un futuro líder
para nuestro pueblo. Estoy en una encrucijada.
Si queréis leer el primer capítulo, clickadaquí y llegaréis a la página de la novela, desde donde podéis descargarlo. Os dejo
el tráiler, a ver si os llama la atención.
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