lunes, 2 de abril de 2012

El cuento número trece


Este libro me lo prestó mi amiga R. Yo estoy totalmente en contra del préstamo de libros. Cuando lees un libro estableces una especie de comunión con él: lo vives y le das vida a través de su lectura, encarnando los personajes en tu imaginación, prolongando sus vidas más allá del fin de las páginas de la novela y dotándoles de carne y sangre, convirtiendo los personajes en personas. Por eso me siento muy celoso si tengo que prestar un libro (nunca lo hago), y me apena mucho separarme de él cuando lo devuelvo (nunca los pido prestados). Al leer un libro estableces un vínculo. Ya sea positivo si el libro te gusta, negativo si no es así, o incluso indiferente si no te da ni frío ni calor, aunque todos los libros tienen por lo menos un párrafo, una frase al menos, que se te queda grabada y pasa a formar parte de ti. Por eso no me gusta prestar libros, porque es prestar algo muy íntimo de mí.
Pero el caso es que R me prestó éste. Y me alegro, porque me gustó mucho. Yo iba con recelo, porque ella a veces dice que está bien y otras que no está mal, lo cual es muy distinto. Pero lo cierto es que está bastante bien.
La sinopsis es simple: Vida Winter es una conocidísima escritora, cuyos libros se venden como churros, pero que vive retirada en una mansión campestre y de la que no se conoce nada antes de que empezara a escribir. Una señora misteriosa que, por si fuera poco, cuando la prensa la entrevista con motivo de alguna publicación, siempre les cuenta alguna historia. Los periodistas le piden que cuente algo de su vida, y ella les cuenta historias. Tramas que no fructificaron y no aparecen en sus libros, personajes demasiado mediocres para una novela, situaciones que adornan una vida que de otro modo languidecería envuelta en su prosaica realidad. Porque para Vida Winter improvisar una historia llena de talento es algo natural. Ella reconoce que muchas de esas historias, nada para ella, supondrían el mayor hito de muchos otros escritores.
Pero algo pasa, algo cambia. Se hace mayor, está enferma y, como a todos cuando apenas nos separa un paso del umbral de la muerte, se detiene a mirar atrás, y los fantasmas que ven le urgen a contar, por fin, la verdad. No una historia, sino la simple y sencilla verdad. Su historia.
Margaret Lea, una tranquila librera, recibe una carta que la llena de pasmo: Vida Winter desea que sea su biógrafa. No es que sea una experta, ella conoce el mundo del libro, al regentar con su padre un negocio de libros antiguos. Le encantan las novelas del siglo XIX y tiene como afición escribir biografías de personas ya fallecidas, de las que nadie se acuerda. Por eso le sorprende que la srta. Winter la elija a ella, quien no ha leído una novela de la famosa escritora en su vida.
Éste es el comienzo, el planteamiento sobre el que surge la trama de la novela. Y precisamente las primeras páginas son las mejores. El estilo con que están escritas te dejan fuera de toda duda que estás ante una gran novela. En esas primeras páginas hay frases y párrafos enteros que son obras de arte. Luego el estilo decae un poco, para centrarse más en la historia, pero esas primeras páginas ya te han subyugado. He buscado el primer capítulo, para poneros un enlace, como hago otras veces, pero Random House no lo tiene en la web. Una pena.
La historia prosigue cuando Margaret decide aceptar el encargo y se traslada a vivir a la mansión de la anciana. A partir de ahí se desarrolla ante nuestros ojos una historia de misterio, secretos familiares y fantasmas del pasado.
Los personajes son fascinantes. Vida Winter es la típica anciana exigente, acostumbrada a hacer lo que quiere y que todo el mundo le baile el agua. Los personajes secundarios están perfectamente desarrollados, tanto los del pasado como los del presente, todos con sus propias historias que contar: el médico, simpre con una opinión; la institutriz, tan eficiente; las niñas; su madre y su tío tan apartados de lo real; el servicio, alma de la casa; el doctor de Vida, con sus peculiares recetas de Arthur Conan Doyle; el padre de Margaret, y hasta su madre, que sin aparecer una sola vez parece que la conocemos de tanto como se hace presente en el pensamiento de Margaret. Personaje éste, el de Margaret, lleno de vida, de sentimientos, de pensamientos, de miedos, de angustias, de sombras y fantasmas, de pérdida y de anhelos. Se siente a medias, gemela sin hermana en una historia de gemelas. Y toda la trama, presente y pasada, confluye en sus manos, según va atando cabos, según todos los personajes van ocupando su posición en este puzle perfecto.
Una historia intensa, cierto que a veces es algo excéntrica, pues el estado de dejadez en que viven los personajes del pasado se hace algo exagerada. El mundo interior de las gemelas, con su lenguaje, tan apartadas, a veces es algo hiperbólico. Pero aún así es una historia magnífica, que descubre en el personaje de Margaret uno de los más profundos y desarrollados, uno de los personajes con mayor vida interior que he leído. Y que, con su amor por la lectura y los libros (estos libros que hablan de otros son una lata, ahora estoy deseando leer Jane Eyre y La dama de blanco…) no puede dejar de resultar atractivo a los que, como yo, nos apasiona asimismo leer.
Un libro perfecto, por ejemplo, si, aunque aún falta un mes, estás ya pensando en qué regalarle a tu madre por su día. Que lo disfrutes.

-Título: El cuento número trece.
-Autor: Diane Setterfield.
-Género: Narrativa.
-Editorial: Lumen o Debolsillo.
-Precio: 21,90€ en cartoné; 9,95€ en bolsillo.
-Isbn: 9788426416049 en Lumen. 9788499088068 en Debolsillo.
-Alma: de secretos y sombras, de dobles y mitades, de chocolate caliente.

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